El día de ayer, Nicolás, lo he apuntado en mis notas, como el más descorazonador y decepcionante para la ciudadanía de nuestro país y, especialmente, para los que viven con más dificultades. Como el día en que el jefe del ejecutivo y el líder de la oposición hicieron todo cuanto estaba en su mano para desprestigiar y deslegitimar con su proceder el buen nombre de la política y a sus propios partidos, si es que a estos les cabe más desprestigio del que ya se han ganado a pulso.
La reunión de ayer entre Zapatero y Rajoy aconteció en medio de dos tremendas crisis, la general y la del ladrillo; en medio de una insoportable tasa de desempleo que sigue incrementándose, del cierre constante de infinidad de pequeños negocios y de otros gravísimos problemas ocasionados por la crisis; en medio de un desencanto mayoritario de la ciudadanía hacia los partidos por no unir sus fuerzas mediante un pacto de estado para salir antes y mejor de la situación; en medio de la bancarrota griega y el riesgo de que pueda suceder algo parecido en España y Portugal; en medio del ejemplo que nos dan los principales líderes políticos del país vecino, que tras el aviso griego, han entendido que deben aparcar provisionalmente sus diferencias políticas y abordar el problema unitariamente antes de que sea tarde; en medio de una credibilidad de ambos líderes políticos que está por los suelos, según las encuestas y tras dieciocho meses sin sentarse cara a cara a pesar de la que está cayendo.
Que en un contesto como el descrito, se reúnan al fin los dos líderes y que lo único que acuerden sea reformar las cajas de ahorros, sin tan siquiera sugerir ninguna de las dos partes el intentar abordar juntos los problemas de fondo del país mientras dure las crisis (¡¡¡Sin siquiera sugerirlo, Nicolás!!!), es una auténtica irresponsabilidad política, una forma descarada de echarle la espalda a lo que precisa y les viene demandando la ciudadanía desde hace tiempo; un vano intento de simular a través de un acuerdo parcial y menor, que por sí mismo no resuelve nada determinante para salir de la crisis, que tienen voluntad de pacto, o si lo quieres más claro, Nicolás, es una manera de considerarnos idiotas. Es algo así, como si alguien al que le duele una muela y, además se le ha perforado el estómago, le dijeras que no se preocupe, que vaya al dentista y que allí le solucionarán lo principal de su mal.
Lamentable, las principales fuerzas políticas de nuestro país pueden hacer prácticamente lo que quieran sin que sea fácil infligirles un castigo electoral que los desplace del poder, ya que se han dotado de resortes más que suficientes para evitarlo; entre otros, el de procurarse el sistema electoral –listas cerradas y bloqueadas- más recalcitrante de Europa, en cuyas listas nos cuelan de vez en cuando a pesebreros, sumisos y trepas que en una listas abiertas no los votarían ni los de su familia y, por otra parte, los cargos electos en la práctica no dependen de sus votantes, sino de los dirigentes del partido que los han puesto en las candidaturas y que pueden no volver a contar con ellos si no son dóciles con el partido, o el de imponer la ley D’hondt que prima desmesuradamente a las fuerzas mayoritarias y castiga al resto.
Disponen, en fin, de instrumentos suficientes como para garantizarse, que lo hagan bien o mal, seguirán repartiéndose ambas fuerzas casi todo el poder de las instituciones a todos los niveles, sin que le sea fácil a la ciudadanía conseguir un cambio en la correlación de fuerzas de dichas instituciones, por descontenta que esté y por mucho que se abstenga, vote en blanco o de su voto a otras fuerzas minoritarias. Ya les vale.
La reunión de ayer entre Zapatero y Rajoy aconteció en medio de dos tremendas crisis, la general y la del ladrillo; en medio de una insoportable tasa de desempleo que sigue incrementándose, del cierre constante de infinidad de pequeños negocios y de otros gravísimos problemas ocasionados por la crisis; en medio de un desencanto mayoritario de la ciudadanía hacia los partidos por no unir sus fuerzas mediante un pacto de estado para salir antes y mejor de la situación; en medio de la bancarrota griega y el riesgo de que pueda suceder algo parecido en España y Portugal; en medio del ejemplo que nos dan los principales líderes políticos del país vecino, que tras el aviso griego, han entendido que deben aparcar provisionalmente sus diferencias políticas y abordar el problema unitariamente antes de que sea tarde; en medio de una credibilidad de ambos líderes políticos que está por los suelos, según las encuestas y tras dieciocho meses sin sentarse cara a cara a pesar de la que está cayendo.
Que en un contesto como el descrito, se reúnan al fin los dos líderes y que lo único que acuerden sea reformar las cajas de ahorros, sin tan siquiera sugerir ninguna de las dos partes el intentar abordar juntos los problemas de fondo del país mientras dure las crisis (¡¡¡Sin siquiera sugerirlo, Nicolás!!!), es una auténtica irresponsabilidad política, una forma descarada de echarle la espalda a lo que precisa y les viene demandando la ciudadanía desde hace tiempo; un vano intento de simular a través de un acuerdo parcial y menor, que por sí mismo no resuelve nada determinante para salir de la crisis, que tienen voluntad de pacto, o si lo quieres más claro, Nicolás, es una manera de considerarnos idiotas. Es algo así, como si alguien al que le duele una muela y, además se le ha perforado el estómago, le dijeras que no se preocupe, que vaya al dentista y que allí le solucionarán lo principal de su mal.
Lamentable, las principales fuerzas políticas de nuestro país pueden hacer prácticamente lo que quieran sin que sea fácil infligirles un castigo electoral que los desplace del poder, ya que se han dotado de resortes más que suficientes para evitarlo; entre otros, el de procurarse el sistema electoral –listas cerradas y bloqueadas- más recalcitrante de Europa, en cuyas listas nos cuelan de vez en cuando a pesebreros, sumisos y trepas que en una listas abiertas no los votarían ni los de su familia y, por otra parte, los cargos electos en la práctica no dependen de sus votantes, sino de los dirigentes del partido que los han puesto en las candidaturas y que pueden no volver a contar con ellos si no son dóciles con el partido, o el de imponer la ley D’hondt que prima desmesuradamente a las fuerzas mayoritarias y castiga al resto.
Disponen, en fin, de instrumentos suficientes como para garantizarse, que lo hagan bien o mal, seguirán repartiéndose ambas fuerzas casi todo el poder de las instituciones a todos los niveles, sin que le sea fácil a la ciudadanía conseguir un cambio en la correlación de fuerzas de dichas instituciones, por descontenta que esté y por mucho que se abstenga, vote en blanco o de su voto a otras fuerzas minoritarias. Ya les vale.
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