En ésta te hablo, Nicolás, de las necesidades básicas de infraestructuras y servicios del medio rural, que estaban guardadas en el cajón del olvido hasta la llegada de la democracia y que han continuado en ese mismo cajón hasta muy recientemente, que los movimientos de la sociedad civil que van surgiendo, han empezando a forzar la cerradura.
Pero lo más increíble de todo es, que desde la sociedad en general y desde la del medio rural en particular, tampoco hemos venido demandando esas mejoras hasta ahora. Muy por el contrario, la aceptación de que las infraestructuras y servicios eran cosa de las grandes urbes, que no del campo, se han instalado de un modo tan mecánico y enajenado en la conciencia de la gente, que nos ha llegado a parecer normal. Y peor aún: lo hemos asimilado como si formara parte de una de esas realidades universales inmutables; es decir, con el mismo realismo que asimilamos que la muerte nos llegará a todos o que amanece cada mañana.
Ni que decir tiene, que..... a los gobiernos nacionales y autonómicos de turno, les ha ido maravillosamente bien, ya que les permitía dejar de lado y sin costes electorales, estas obligaciones suyas con el medio rural y ahorrarse con ello un dineral, que han ido derivando hacía otras áreas con mayor densidad de población y, por lo mismo, con mayor interés electoral. Y esto viene siendo así, a pesar de los derechos constitucionales que nos asisten y a pesar de que la carta magna y las leyes que la desarrollan obliguen a las CCAA a atajar los desequilibrios en su ámbito territorial y de que se haya asignado, a tal fin, un Fondo de Solidaridad Territorial.
Los desequilibrios dentro de cada Comunidad Autónoma son, ante todo, desigualdades entre la ciudad y el campo, manifestadas de un modo más antagónico en todo el basto territorio de la España interior. Obviamente, para atajarlas o al menos paliarlas, hacían falta leyes con planes estratégicos de desarrollo rural que, sin embargo, no han empezado a ver la luz hasta el año pasado. O sea, un cuarto de siglo después de que fuera ya un mandato constitucional con una Ley Orgánica por medio y una dotación de fondos.
En resumidas cuentas, como la sociedad civil no hemos presionado y la oposición política para estos menesteres no está ni se le espera, los gobernantes de uno y otro signo se han permitido el lujo de demorar las principales necesidades del medio rural un cuarto de siglo. ¡Un cuarto de siglo, Nicolás, que se dice pronto! Esperemos que no se pasen otros veinticinco años para poner en marcha los citados planes, que vista la experiencia, así sucedería si la sociedad civil del medio rural siguiera cruzada de brazos.
Cuando te hablo de infraestructuras y servicios, Nicolás, me estoy refiriendo obviamente, a la sanidad, los trasportes, las carreteras, la enseñanza, la vivienda, las telecomunicaciones, la atención de los montes, etc.; es decir, a necesidades desatendidas políticamente, pero que son derechos imprescindibles para la calidad de vida de quienes habitamos en el medio rural y también, para disponer de una oferta lo suficientemente atractiva de repoblación, en la que además de naturaleza, aire sano y tranquilidad, podamos ofrecer unas infraestructuras y servicios dignos de nuestros días. Y con todo ello, poder competir con las ciudades en condiciones no ya de igualdad, sino de superioridad, respecto a toda esa gente que se está planteando vivir en relación con la naturaleza y/o regresar a sus orígenes. Seguiremos, con el tema, que es muy largo.
Pero lo más increíble de todo es, que desde la sociedad en general y desde la del medio rural en particular, tampoco hemos venido demandando esas mejoras hasta ahora. Muy por el contrario, la aceptación de que las infraestructuras y servicios eran cosa de las grandes urbes, que no del campo, se han instalado de un modo tan mecánico y enajenado en la conciencia de la gente, que nos ha llegado a parecer normal. Y peor aún: lo hemos asimilado como si formara parte de una de esas realidades universales inmutables; es decir, con el mismo realismo que asimilamos que la muerte nos llegará a todos o que amanece cada mañana.
Ni que decir tiene, que..... a los gobiernos nacionales y autonómicos de turno, les ha ido maravillosamente bien, ya que les permitía dejar de lado y sin costes electorales, estas obligaciones suyas con el medio rural y ahorrarse con ello un dineral, que han ido derivando hacía otras áreas con mayor densidad de población y, por lo mismo, con mayor interés electoral. Y esto viene siendo así, a pesar de los derechos constitucionales que nos asisten y a pesar de que la carta magna y las leyes que la desarrollan obliguen a las CCAA a atajar los desequilibrios en su ámbito territorial y de que se haya asignado, a tal fin, un Fondo de Solidaridad Territorial.
Los desequilibrios dentro de cada Comunidad Autónoma son, ante todo, desigualdades entre la ciudad y el campo, manifestadas de un modo más antagónico en todo el basto territorio de la España interior. Obviamente, para atajarlas o al menos paliarlas, hacían falta leyes con planes estratégicos de desarrollo rural que, sin embargo, no han empezado a ver la luz hasta el año pasado. O sea, un cuarto de siglo después de que fuera ya un mandato constitucional con una Ley Orgánica por medio y una dotación de fondos.
En resumidas cuentas, como la sociedad civil no hemos presionado y la oposición política para estos menesteres no está ni se le espera, los gobernantes de uno y otro signo se han permitido el lujo de demorar las principales necesidades del medio rural un cuarto de siglo. ¡Un cuarto de siglo, Nicolás, que se dice pronto! Esperemos que no se pasen otros veinticinco años para poner en marcha los citados planes, que vista la experiencia, así sucedería si la sociedad civil del medio rural siguiera cruzada de brazos.
Cuando te hablo de infraestructuras y servicios, Nicolás, me estoy refiriendo obviamente, a la sanidad, los trasportes, las carreteras, la enseñanza, la vivienda, las telecomunicaciones, la atención de los montes, etc.; es decir, a necesidades desatendidas políticamente, pero que son derechos imprescindibles para la calidad de vida de quienes habitamos en el medio rural y también, para disponer de una oferta lo suficientemente atractiva de repoblación, en la que además de naturaleza, aire sano y tranquilidad, podamos ofrecer unas infraestructuras y servicios dignos de nuestros días. Y con todo ello, poder competir con las ciudades en condiciones no ya de igualdad, sino de superioridad, respecto a toda esa gente que se está planteando vivir en relación con la naturaleza y/o regresar a sus orígenes. Seguiremos, con el tema, que es muy largo.
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