Hoy te hablo, Nicolás,
de los indecentes tutelajes y chantajes que las élites de los partidos vienen ejerciendo
sobre los ayuntamientos desde el restablecimiento de la democracia. Estamos en las puertas de
unas elecciones municipales y es muy conveniente poner las cosas en su lugar.
En concreto, me voy a referir a los ayuntamientos del mundo
rural que son los que más conozco, aunque lo que te voy a contar, también afecta
y tiene consecuencias en otros municipios con más población.
A los ayuntamientos en cuestión, se les obliga a arrancar cada
año con unos presupuestos para inversiones de
CERO EUROS y, a partir de ahí, las corporaciones que quieran
alguna ayuda para inversiones, se las tienen
que suplicar de rodillas a los que gobiernan las CCAA -es donde se
reparte la mayor parte del pastel- y a las Diputaciones, que son las que se han arrogado la facultad de decidir desde arriba qué inversiones
municipales son pertinentes y cuáles no y
a qué municipios se las conceden y a quienes se les deniegan.
Me explico:
Los ayuntamientos, como cualquier entidad, tienen sus propios
ingresos y gastos fijos o habituales. Los ingresos fijos provienen de sendos fondos del Estado y de las CCAA y sus
porcentajes se establecen en función del número de empadronados. También se obtienen
a través de los impuestos municipales (vehículos,
contribuciones…). Existe un tercer paquete de ingresos que sin tener la
consideración de fijos, son habituales,
tales como los provenientes de los cotos de caza, rentas de tierras e inmuebles
de titularidad municipal, subastas de madera etc. Las tasas son tema aparte,
porque sus cuantías van destinadas a sufragar el coste de los servicios
prestados. Los gastos habituales de los municipios, me excuso de enumerarlos,
por ser más conocidos por todos
Ocurre, sin embargo, que los citados ingresos, apenas dan
para sufragar los gastos del mismo tenor. Los municipios medianos y grandes no sólo no compensan sus gastos con sus ingresos,
sino que presentan grandes deudas, motivadas principalmente por las burocracias
despilfarradoras e innecesarias que tienen montadas en sus corporaciones. Los pequeños,
sin embargo, se suelen administrar con una austeridad y un sacrificio ejemplarizantes y
gracias a ello, consiguen mantener un equilibrio entre ingresos y gastos;
aunque a duras penas.
Pero la razón de ser
de los ayuntamientos, Nicolás, no es la de subsistir por subsistir, sino la de procurar todo el bien común posible a la
ciudanía que representan. Y, para ello, precisan disponer de dinero para inversiones
en obras, infraestructuras, servicios, mantenimiento, etc. Sucede, no obstante,
que como los ingresos habituales percibidos se los tragan en su totalidad los gastos ineludibles, pues no pueden destinar un
solo euro para inversiones a la hora de hacer los presupuestos y, por lo mismo,
tampoco pueden fijar a priori los objetivos
y prioridades de cada ejercicio.
Pese a todo, en el capítulo de inversiones los ayuntamientos incluyen unas
cuantías, porque así lo establece la ley, pero son cantidades puestas al tuntún
y sin conocer cuál va a ser su destino, ya que las corporaciones no pueden
saber de ante mano, si van a conseguir alguna subvención o no, ni su cuantía,
ni si serán para las prioridades que se han marcado.
Para que los ayuntamientos pudieran hacer unos presupuestos mínimamente serios en inversiones,
sería imprescindible que supieran de ante mano de qué dinero van disponer para
ese objetivo; pero eso no lo permite el aberrante sistema de ayudas graciables establecido.
Esta injusta situación se eliminaría de un plumazo, tan pronto como existiera
autonomía económica municipal, porque cada ayuntamiento sabría de antemano de qué recursos económicos disponen y en función de ello, qué tareas puede abordar. Es lo que prometían garantizar las
fuerzas políticas desde el inicio de la democracia y, además, que la materializarían con urgencia a través
una profunda reforma de la Administración
Local que, desgraciadamente, treinta y siete años después todavía seguimos
esperando. Y para mayor desfachatez, lo que nos hacen ahora, es una
contrareforma que deja a los municipios pequeños, y no tan pequeños, literalmente mutilados.
Y es que estas élites políticas casposas que nos vienen
gobernando, amigas de sí mismas y de sus parientes y correligionarios, que no
de la ciudadanía, nunca han tenido la voluntad de sacar adelante esta reforma.
Lo más cerca que estuvieron de abordarla fue
siendo Jordi Sevilla ministro de Administraciones Públicas, en el Gobierno de Zapatero. El ministro llegó a
preparar un gran proyecto de Ley, que garantizaba la autonomía económica
municipal, pero no pasó siquiera el primer
corte del Consejo de Ministros y, casualidad o no, lo cierto es, que fue cesado
a los pocos días. En realidad quien primero se opuso -¡asómbrate, Nico!- fue la
esbirra y amarilla Federación Española de Municipios y Provincias
La razón de fondo de no querer acometer la reforma de la Administración
Local, se debe a que a los dirigentes
políticos que gobiernan las CCAA y las Diputaciones les viene como anillo al
dedo el sistema caciquil de ayudas y subvenciones graciables para inversiones que tienen establecido y que Jordi Sevilla se cargaba radicalmente
en su proyecto, porque entendía –y es así- que les otorgaba a las CCAA y
Diputaciones un poder omnímodo, arbitrario, tutelado y chantajista (sic) sobre
los ayuntamientos, al ser dichos
dirigentes políticos, quienes deciden a
quienes se les conceden las ayudas y a quienes, no y para qué, sin más vara de
medir para otorgarlas o denegarlas, que el color político de los municipios solicitantes y
el grado de sumisión y seguidismo que acrediten hacia el partido que las concede, sin importarles un
comino todo lo demás. Así de putrefacto y denigrante es, Nico, el sistema de ayudas graciables para inversiones
municipales que tienen montado estos casposos gobernantes.
Es la hora del nuevo municipalismo.
Me dirás, amigo, que si las cosas son así de arbitrarias, de poco vale presentarse a las elecciones y de esforzarse en hacer un buen
programa municipal y fijar acertadamente las prioridades, si luego quedas a
merced de los que gobiernan las CCAA y las Diputaciones, que harán lo que les
venga en gana. Aunque en apariencia llevarías razón, sin embargo, si analizamos
bien las cosas, hemos de llegar a la conclusión de que hay más razones que
nunca para presentarse a estas elecciones municipales; entre otras, las
siguientes:
1ª) Hemos entrado de lleno en una situación nueva en la que, quienes
nos han venido gobernando, cuentan con el
rechazo mayoritario de la gente, que se debe, esencialmente, a su manera de
funcionar tan alejada de la ciudadanía y de sus intereses reales y de unos
procederes chulescos, prepotentes, arbitrarios y llenos de injusticas, que
ofenden a la gente y que esta ya no los soporta. Trasladando el discurso al tema que estamos tratando,
los dirigentes de las CCAA y de las Diputaciones, que tantos chantajes y arbitrariedades han cometido con los ayuntamientos con el
reparto graciable de los dineros, ya
no están en condiciones de hacer lo mismo (
para ti, sí, para ti, no y parta ti,
sólo un poquito) porque esos
procederes castosos ya no cotizan, sino que están absolutamente descreditados y
será prácticamente imposible que los puedan seguir aplicando, a poco
que las corporaciones con las que quiera cometer una arbitrariedad, la
denuncien ante la ciudadanía que representan y recaben su apoyo activo.
2ª) Llegadas las cosas
al punto que han llegado, los ayuntamientos pequeños tienen que seguir reclamando a través de un frente común, o como sea, la supresión de
las medidas mutiladoras que han tomado contra ellos. Y no solo eso, sino demandar
que se haga de una vez por todas la Ley de la Reforma de la Administración
Local, que acabe con el podrido y mafioso sistema
de las ayudas y subvenciones graciables y se les otorgue por ley a los ayuntamientos
la autonomía económica necesaria para que puedan sacar adelante sus proyectos de inversiones y su prioridades
sin estar a merced de los de arriba.
3ª) Entre tanto se consigue el punto anterior, empezar a
hacer un municipalismo completamente nuevo, basado en el apoyo
directo y permanente de la gente hacia los ediles, para lo cual estos han de entender, a su vez, que no están
por encima de nadie, sino que los ayuntamientos y sus propuestas y gestiones
en concreto, son simples herramientas al servicio de la ciudadanía que
representan, por lo cual, habrá que cuidar como oro en paño en adelante, la
interrelación e implicación mutua entre los ediles y la gente; especialmente,
cuando desde arriba se quiera cometer alguna injusticia o arbitrariedad contra
los intereses del municipio de que se trate. En los nuevos tiempos que hemos
entrado se pueden conseguir mucho mejor las cosas con una ciudadanía implicada
y dando respaldo a los ediles, que andando de rodillas implorando por los despachos de las CCAA y de las Diputaciones, a
los que habrá que seguir yendo, pero erguidos y repletos de dignidad.
La vieja escuela de hacer municipalismo está políticamente agonizando, merced al rechazo generalizado de la gente hacia las arbitrariedades y abusos de los de arriba y los sistemas que han montado para conseguirlo; pero eso no quiere decir, que los viejos partidos renuncien a dar los últimos coletazos y a presentar candidaturas de su viejo cuño; sin embargo, a sus ediles no les quedará más remedio que ponerse a la altura de los nuevos tiempo si las candidaturas de los partidos nuevos emergentes practican un municipalismo diferente desde la ciudadanía y con la ciudadanía; no sólo debatiendo, haciendo propuestas en la casalugar y gestionándolas arriba, si no llevando también los problemas a la propia ciudadanía y recabando su apoyo cuantas veces sea necesario. Si ante esta tesitura, los ediles de los partidos viejos quieren abandonar el decadente municipalismo, hasta ahora imperante, de componendas, pactos secretos a espaldas de la gente y sumisión hacia los de arriba, pues mucho mejor, y si no, peor para ellos.
La vieja escuela de hacer municipalismo está políticamente agonizando, merced al rechazo generalizado de la gente hacia las arbitrariedades y abusos de los de arriba y los sistemas que han montado para conseguirlo; pero eso no quiere decir, que los viejos partidos renuncien a dar los últimos coletazos y a presentar candidaturas de su viejo cuño; sin embargo, a sus ediles no les quedará más remedio que ponerse a la altura de los nuevos tiempo si las candidaturas de los partidos nuevos emergentes practican un municipalismo diferente desde la ciudadanía y con la ciudadanía; no sólo debatiendo, haciendo propuestas en la casalugar y gestionándolas arriba, si no llevando también los problemas a la propia ciudadanía y recabando su apoyo cuantas veces sea necesario. Si ante esta tesitura, los ediles de los partidos viejos quieren abandonar el decadente municipalismo, hasta ahora imperante, de componendas, pactos secretos a espaldas de la gente y sumisión hacia los de arriba, pues mucho mejor, y si no, peor para ellos.
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