Qué momento más triste, Nicolás. Según la última encuesta del CIS, para unos cuantos millones de personas la política no es la solución, sino el problema. Es la tercera preocupación de los españoles; incluso por delante del terrorismo. Un dato impensable e imposible en cualquier democracia que funcione medianamente bien
Las fuerzas políticas -unas más que otras y quizás con excepciones- están imponiendo en el día a día una manera de hacer política tan sectaria y crispante, que es la propia política la que queda malparada. Es como si ya no contaran los programas, las propuestas y los argumentos y lo prioritario, o casi único, fuera descalificar al contrario, tirarse los trastos a la cabeza y ver quien le echa más mierda al otro.
Esta política tan mezquina, lo contamina todo y engulla y devora cualquier debate serio, propuesta o Ley que se cruce por el camino. Y, si siempre es lamentable una deriva así, mucho más lo es en estos momentos, con dos crisis encima, la general y la propia del ladrillo, que no demandan precisamente reyerta política, sino todo lo contrario, las renuncias partidarias necesarias, para que sea posible un pacto anticrisis entre adversarios políticos, que facilite poder salir de ella cuanto antes y lo mejor posible. Es lo que precisa y quiere la mayoría de la sociedad, pero que no se le da. De ahí, Nicolás, el rechazo y antipatía creciente hacia la política que se está generando en la gente, cuyo alcance no te lo digo yo, te lo dicen las encuestas.
Pero esta desafección social hacia la política, no ha surgido de súbito, sino que viene produciéndose desde hace mucho tiempo, y no sólo por la forma de hacer política, que por supuesto, sino también como consecuencia de la tremenda burocratización que ésta ha adquirido y por la ausencia de mecanismos de participación política desde la base, que ni siquiera se da, salvo excepciones, dentro de los propios partidos. Pero esto, Nico, es muy largo de explicar y hay que racionarlo. De momento quédate con la idea.
Descartadas por abominables las dictaduras y los regímenes de presidencialismo populachero y totalitario, y a la espera de que puedan surgir referentes en alguna parte de democracias más justas y auténticas que el modelo occidental; sólo nos queda, por ahora asidnos a este viejo sistema de democracia que, como definen muchos teóricos de la cosa pública es, pese a todo, la única opción menos mala de las conocidas; pero que, sin embargo, está poniendo en peligro nuestra clase política con su decepcionante comportamiento, ya que a las posturas totalitarias, revestidas de populismo o no, se les está sirviendo en bandeja lo que precisan para prosperar: el desencanto ciudadano.
Hay mucha tela que cortar, Nicolás. Por mi parte, me gustaría seguir hablando del tema, pero orientándolo todo hacia la sugerencia de ideas para cambiar las formas de ejercer la política y mejorar la calidad de la democracia, que es por donde pasa la solución.
Cómo me acuerdo ahora, Nicolás, del libro: “Dos Visiones de España” que te regalé, en el que se recoge el debate parlamentario entre Azaña y Ortega y Gasset. ¿Recuerdas la altitud de miras, riqueza de argumentos y ausencia de descalificaciones mezquinas con que defendían sus propuestas y dirimían sus diferencias? Con ellos al frente, Nicolás, no se habría llegado nunca a una política tan crispante y tan de bajos vuelos
Las fuerzas políticas -unas más que otras y quizás con excepciones- están imponiendo en el día a día una manera de hacer política tan sectaria y crispante, que es la propia política la que queda malparada. Es como si ya no contaran los programas, las propuestas y los argumentos y lo prioritario, o casi único, fuera descalificar al contrario, tirarse los trastos a la cabeza y ver quien le echa más mierda al otro.
Esta política tan mezquina, lo contamina todo y engulla y devora cualquier debate serio, propuesta o Ley que se cruce por el camino. Y, si siempre es lamentable una deriva así, mucho más lo es en estos momentos, con dos crisis encima, la general y la propia del ladrillo, que no demandan precisamente reyerta política, sino todo lo contrario, las renuncias partidarias necesarias, para que sea posible un pacto anticrisis entre adversarios políticos, que facilite poder salir de ella cuanto antes y lo mejor posible. Es lo que precisa y quiere la mayoría de la sociedad, pero que no se le da. De ahí, Nicolás, el rechazo y antipatía creciente hacia la política que se está generando en la gente, cuyo alcance no te lo digo yo, te lo dicen las encuestas.
Pero esta desafección social hacia la política, no ha surgido de súbito, sino que viene produciéndose desde hace mucho tiempo, y no sólo por la forma de hacer política, que por supuesto, sino también como consecuencia de la tremenda burocratización que ésta ha adquirido y por la ausencia de mecanismos de participación política desde la base, que ni siquiera se da, salvo excepciones, dentro de los propios partidos. Pero esto, Nico, es muy largo de explicar y hay que racionarlo. De momento quédate con la idea.
Descartadas por abominables las dictaduras y los regímenes de presidencialismo populachero y totalitario, y a la espera de que puedan surgir referentes en alguna parte de democracias más justas y auténticas que el modelo occidental; sólo nos queda, por ahora asidnos a este viejo sistema de democracia que, como definen muchos teóricos de la cosa pública es, pese a todo, la única opción menos mala de las conocidas; pero que, sin embargo, está poniendo en peligro nuestra clase política con su decepcionante comportamiento, ya que a las posturas totalitarias, revestidas de populismo o no, se les está sirviendo en bandeja lo que precisan para prosperar: el desencanto ciudadano.
Hay mucha tela que cortar, Nicolás. Por mi parte, me gustaría seguir hablando del tema, pero orientándolo todo hacia la sugerencia de ideas para cambiar las formas de ejercer la política y mejorar la calidad de la democracia, que es por donde pasa la solución.
Cómo me acuerdo ahora, Nicolás, del libro: “Dos Visiones de España” que te regalé, en el que se recoge el debate parlamentario entre Azaña y Ortega y Gasset. ¿Recuerdas la altitud de miras, riqueza de argumentos y ausencia de descalificaciones mezquinas con que defendían sus propuestas y dirimían sus diferencias? Con ellos al frente, Nicolás, no se habría llegado nunca a una política tan crispante y tan de bajos vuelos
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