En la carta anterior, Nicolás, abordé la desatención de los políticos a
las áreas rurales del interior hasta la llegada del franquismo. En esta me
referiré, a la materialización del éxodo del campo a la ciudad que aconteció en la etapa de
la dictadura. Todo ello, dentro del interés que tengo por demostrarte, que no
fueron causas naturales, sino políticas y sólo políticas, las que han llevado a
esta Comarca y a otras de la España rural interior a la calamitosa situación de despoblación que padecen.
Te pido, Nicolás, que reflexiones sobre la afirmación irrefutable que te
remarco en este párrafo. Te ayudará a darte cuenta de la monstruosa salvajada
de la que estamos hablando: La diáspora del campo hacia a la ciudad
acaecida en España durante la etapa de la dictadura, ha sido el éxodo incruento
más masivo que se ha producido en el mundo en los últimos siglos. Dejo excluidas, como es lógico, los éxodos
originados por calamidades, hambrunas, persecuciones o guerras.
Tan masiva huida de gente de nuestros pueblos a las ciudades, nunca
jamás se hubiera producido, si no se hubieran dado correlativamente dos
factores políticos absolutamente adversos para la España rural interior. El
primero, el olvido y la marginación permanente del campo durante un larguísimo
periodo de la historia, que te referí en la carta anterior, y que
sentó las bases para que la dictadura franquista, aprovechando la tecnificación
del campo -segundo factor- forzara a las gentes de nuestros pueblos a huir en
desbandada hacia las grandes ciudades.
La tecnificación del campo, dejó de súbito sin tarea a miles y miles de
pequeñísimos agricultores minifundistas, especialmente en la España rural
interior. También se quedaron por entonces a verlas venir muchísimos pastores, como consecuencia de que la
ganadería pasó de la multiplicidad de los pequeños ganados, que no daban para
vivir a una familia, a los grandes rebaños o “atajiles”, como se decía por aquí
¿Te acuerdas? Un sector ganadero que, dicho sea de paso, está prácticamente
desaparecido al no haber sabido o podido encontrar fórmulas alternativas más
humanizadas al sacrificado oficio de ser pastor los 365 días de cada año.
Ante un panorama del campo así, el deber inexcusable de los políticos era
el de poner en marcha un plan de choque, fuerte y sostenido, que dotara al mundo
rural, hasta donde fuera posible, de la industria, el comercio y todo lo que se
le había negado al campo hasta entonces desde la política. Era la única manera
posible, si no de impedir el éxodo, sí al menos de paliar y reducir considerablemente su alcance; sí al menos de conseguir que los desequilibrios entre la ciudad y el campo no se
hicieran abismales y traumáticos para el campo. Si tal deber político se
hubiera llevado a cabo, una parte de los que nos marchamos a la ciudad nos
hubiésemos quedado aquí y nuestro
pueblos y la Comarca en su conjunto, contarían ahora con muchos más
habitantes de los que tienen.
Pero ocurría que en las grandes urbes, se estaba dando a la par un intenso
proceso de concentración y asentamiento de las grandes empresas y negocios y
del capital financiero, que precisaban
mano de obra por doquier para su rápido desarrollo y para engordar al máximo
sus plusvalías, ante lo cual, los políticos del régimen franquista optaron por
apoyarlos, haciendo lo que hubiera que hacer, para surtir a los capitalistas de toda la mano de obra que
precisaran en detrimento del campo. Y lo hicieron, en primer lugar, no impulsando
política alguna en el mundo rural para que no fuera posible que quedara en los
pueblos nada del gran excedente de mano de obra de la agricultura y la ganadería que se había generado y
que fuera todo él a servir al capitalismo de las grandes
ciudades, aunque ello supusiera dejar a los pueblos de toda la España rural
interior prácticamente desmantelados.
Pero para conseguir una diáspora tan colosal e irracional, no les
bastaba con no mover un dedo a favor del campo, sino que precisaban, además,
una campaña de propaganda sostenida y de doble signo, aprovechando que el
régimen de la dictadura, sin una oposición legal que les pudiera llevar la
contraria, era el escenario ideal para que cualquier planificación
propagandística, por nefasta que fuera, acabara obteniendo los resultados pretendidos.
Por un lado, se nos trasmitía sin cesar el mensaje de que marcharse a la ciudad
era el nova más, la tierra
prometida, el paraíso, el lugar donde podríamos darle un salto cualitativo a nuestra
vida y procurarnos un futuro, amén de poder darles carrera o un oficio a los hijos.
¡Todo jauja!
Por otra parte, denigraron y desprestigiaron la vida del campo hasta lo
indecible. Supongo, Nicolás, que aún recordarás esa machacona cantinela de que vivir en los pueblos era lo último y que “ande”
va a parar lo bien que viven por ahí, donde los más resistentes, como tus
padres y los míos, trataban de defenderse con eso de que en la capital no ataban
los perros con longaniza. ¡Qué dignos eran!
Pero lo más indignante de todo, fue la imagen de ser inferior que
crearon de los que trabajábamos en el campo. Potenciaron del modo más
peyorativo, mofoso y denigrante que pudieron, la figura del paleto como persona ruda e ignorante de
nivel inferior y atribuyendo ese calificativo a todos los que trabajábamos en
la agricultura o el pastoreo; cuya cantinela, por patético que parezca, hicieron suya enseguida muchísimos
de los que se marcharon a la ciudad, sin siquiera ponerse a pensar que ellos
también procedían del mundo rural, al que ahora denigran. En fin, se creó una
imagen del trabajador del campo tan funesta, que valía la pena irse a la ciudad,
aunque sólo fuera para que no te pudieran seguir considerando rudo e ignorante,
o sea: inferior, o sea: paleto.
Estas dos propagandas, la primera falsa y la segunda repugnante, fuero
tan persistentes que finalmente acabaron haciendo estragos y venciendo la
resistencia de mucha gente del campo que, en principio, se resistía a ahuecar
el ala y sumarse a la diáspora. Y no era de extrañar, porque suponía arrancarnos
del alma vivencias y sentimientos muy profundos que habían arraigo con fuerza
dentro de nosotros y que le habían dado
hasta entonces sentido a nuestra vida. Suponía desprenderse de todos los sueños,
proyectos, vivencias, entorno, seres queridos, costumbres, identidad, raíces, es
decir: de toda nuestra razón de ser hasta entonces. Sirva de ejemplo, Nico, el
dolor y la pena tan grande que sentimos, y que tantas veces nos hemos recordado,
el día que te marchaste y nos despedimos en la Carrasca de las Alforjas. ¡Qué abrazo aquel!
En fin; Nico, que la dictadura franquista nos hizo la segunda canallada
política, desatendiendo por completo el campo como era práctica habitual hasta
entonces y, además, impulsando la diáspora incruenta más grande que se ha dado
en el mundo en los últimos siglos, con las calamitosas consecuencias de despoblación por todos conocidas.
En pocos días, Nicolás, recibirás mi opinión sobre la tercera canallada
política que, aunque parezca increíble, está sellada en la Oficina de la Democracia.
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